El 5 de junio del 2009, el Presidente de los Estados Unidos Barack Obama visitó el campo de concentración de Buchenwald, en medio de un ambiente tenso y sombrío, acompañado por la Canciller alemana Angela Merkel. Momentos antes, la Canciller alemana, que acompañó al Presidente estadounidense en su visita junto a dos de los supervivientes del campo Elie Wiesel y Bertrand Hertz, declaró que “me inclino ante todas las víctimas” del nazismo y aseguró que los alemanes tienen la responsabilidad de garantizar que los horrores vividos en los campos “nunca más volverán a repetirse”.
Pero, sin duda, el momento más emotivo del evento correspondió a Wiesel, al que Obama cedió la palabra. El escritor recordó cómo vio a su padre morir apenas tres meses antes de la liberación del campo y aseguró que “el mundo no ha aprendido. Si no, no se hubiera producido una Ruanda, una Bosnia. Ha llegado el momento para la paz”, afirmó en alusión al proceso de paz entre israelíes y palestinos, “basta de acudir a los cementerios”.
A su llegada, Obama depositó una rosa blanca sobre la lápida que recuerda a los cerca de 56.000 fallecidos en el campo. A continuación, hicieron un recorrido por el área donde antaño se encontraban los barracones que albergaban a los prisioneros del campo, que en su día llegó a contar con 130 campos satélite y extensiones. Obama depositó otra rosa blanca en el monumento central del campo, donde guardó unos momentos de silencio antes de escuchar las explicaciones que le proporcionaban la Canciller y los supervivientes del campo. El grupo, caminó después, en medio de un profundo silencio, al área conocida como “el Campo Pequeño”, un anexo del campo principal separado por alambradas de espino y donde el trato a los presos era aún peor. Tanto Wiesel como Hertz fueron enviados allí.
El campo de concentración de Buchenwald era uno de los mayores en la Alemania nazi y se calcula que cerca de 56.000 personas, la mayoría de ellas judías, murieron en sus instalaciones durante la II Guerra Mundial. Se calcula que el campo dio cabida a unos 250.000 presos entre su inauguración en julio de 1937 y su liberación, en abril de 1945. Cuando fue liberado albergaba todavía a unos 21.000 detenidos, 4.000 de ellos judíos. Tras la guerra, el campo quedó bajo control soviético y se utilizó inicialmente para presos políticos. Después de la reunificación de Alemania se incidió en reflejar su pasado tanto como campo de concentración como de prisioneros soviéticos. La visita de Obama al campo se produjo un día después de que el presidente pronunciara desde El Cairo un discurso al mundo musulmán en el que invitó a un “nuevo comienzo” en las relaciones entre EEUU y los creyentes islámicos.
En unas declaraciones a la prensa tras su visita, Obama afirmó que “aún queda gente que niega la existencia del Holocausto. Esas afirmaciones carecen de base, son ignorantes y odiosas. Este lugar es el desmentido definitivo. En este siglo también hemos visto genocidio, niños usados como soldados, la violación como arma. Debemos ser vigilantes contra toda forma de odio y debemos rechazar la idea de que el sufrimiento de otros no es nuestro problema”, sostuvo Obama. No olvidaré lo que he visto hoy”, prometió el presidente estadounidense. Al pronunciar estas palabras, Obama no hacía simulación alguna; las palabras eran honestas, sinceras, salidas de su corazón, porque Obama tuvo el privilegio de conocer personalmente y tratar de cerca a alguien muy cercano a él que estuvo entre las tropas norteamericanas que llevaron a cabo la liberación de uno de los campos de concentración Nazis. Entre los asistentes al tributo póstumo que se rindió a las víctimas de la brutalidad de la ultraderecha alemana, faltaba la presencia de ese gran ausente, al cual el Presidente Obama quería llevar consigo en dicho viaje y recorrido por el campo de concentración. Se trata de un testigo de primera mano, al que le constan todos los horrores que se han documentado de la barbarie Nazi, esa barbarie brutal que los pseudo-historiadores revisionistas falsarios y encubridores de hoy como David Irving, Joaquín Bochaca, Robert Faurisson y Salvador Borrego insisten en negar. Esta es una persona que simple y sencillamente no le podría haber mentido al Presidente norteamericano, se trata de un testigo de calidad, porque se trata de uno de los tíos abuelos cosanguíneos de Obama, Charles Thomas Payne:
el cual formaba parte de las tropas estadounidenses que llevaron a cabo la liberación del campo el 4 de abril de 1945, el primer campo de concentración Nazi en ser liberado a un costo enorme por los libertadores norteamericanos, poniendo fin al infierno en la tierra creado por seres bestializados desprovistos por completo de eso que las religiones llaman alma, demonios que presumían su “superioridad racial” cometiendo actos de crueldad indecible que su sola mención puede voltear el estómago de los más fuertes.
Charles Thomas Payne, pese a la insistencia de su sobrino-nieto, no pudo reunir las fuerzas para hacer el viaje al campo de concentración, en virtud de que no sólo quedó traumatizado severamente por los horrores y las brutalidades que vió al entrar las tropas norteamericanas al campo de concentración, sino que hasta el día de hoy sigue siendo asolado por severas pesadillas que posiblemente se llevará consigo por el resto de su vida hasta la tumba. Él le relató al hoy Presidente Obama todo lo que le tocó ver con sus propios ojos en los finales de la Segunda Guerra Mundial, él sería incapaz de mentirle a su propio sobrino-nieto, a su propia sangre, acerca de los acontecimientos terribles que el neo-Nazismo de hoy insiste en volver a repetir si se le dá la oportunidad para hacerlo. Posiblemente los mentirosos propagandistas de la ultraderecha de hoy le inventarán a Charles Thomas Payne alguna ancestría judía -sin necesidad de presentar pruebas, acostumbrados como están a mentir- para desmentir todo lo que ha relatado Charles Thomas Payne sobre lo que encontró en ese campo de concentración al momento de ser liberado. En tal caso, se les podría responder a estos propagandistas adoradores de Hitler que lo que vió Charles Thomas Payne es lo mismo que lo que vieron todos los demás compañeros de su regimiento que estaban con él en el momento de la liberación. A lo cual los mendaces pseudo-historiadores del Nazismo tal vez responderán -sin presentar pruebas- que “por alguna circunstancia extraña y sospechosa” todos los soldados norteamericanos en la división que liberó al campo de concentración de Buchenwald eran judíos que se pusieron de acuerdo en contar la misma historia sobre las atrocidades que encontraron para desacreditar con toda la mala intención del mundo a los “pobrecitos Nazis”, con lo cual demostrarán por enésima ocasión que con ese tipo de gente no se puede entablar una conversación inteligente porque es como tratar de entablar una discusión con una piedra.
Si cualquier revisionista del neo-Nazismo contemporáneo como Salvador Borrego o como Joaquín Bochaca intenta convencer a Charles Thomas Payne de que los Nazis fueron unas víctimas vilificadas “por la propaganda judía“, posiblemente obtendrán de él una bofetada bien puesta diciéndoles: “A diferencia de ustedes, yo estuve allí, yo sé lo que ví, y a mí no me van a mentir sobre hechos que yo mismo viví”. Y si intentan convencer con su propaganda barata al actual Presidente de los Estados Unidos sobre la supuesta inocencia que les atribuyen a los Nazis exonerándolos de todo delito, lo más probable es que serán echados sin contemplaciones por la puerta trasera con la amonestación: “A mí no me van a hacer caer con sus mentiras, yo sé perfectamente lo que sucedió porque me lo ha relatado mi propio tío-abuelo que a diferencia de ustedes estuvo allí personalmente en el lugar de los hechos cuando se llevó la liberación del campo de concentración de Buchenwald. Ustedes no son más que unos viles distorsionadores de la Historia, y tal vez ni siquiera la palabra viles sea suficiente para describir la maldad de todos ustedes”.
El Presidente Barack Obama tuvo el extraordinario privilegio de recibirla verdadera historia de boca de uno de los principales testigos de los acontecimientos, uno que no le podría mentir por ser su propia sangre. Desafortunadamente, son pocos, muy pocos, los que tienen ese privilegio. Y en esto se están basando los que hoy quieren revivir al fascismo desde los reductos de la Falange en España hasta las sociedades secretas de la ultraderecha creadas en México para tal efecto. Le están apostando al hecho de que en poco tiempo ya no quedarán en el mundo sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial como Charlos Thomas Payne que los pueden parar de cabeza como propagandistas de la peor calaña posible.
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