La Enciclopedia Wikipedia nos dice que los godos eran una de las muchas tribus del otro lado de la frontera oriental a las que los romanos llamaban bárbaras o germánicas. Bárbaras y vandálicas, ciertamente lo eran, y sus descendientes que contribuyeron a formar el imperio de la Alemania Nazi veinte siglos después no fueron más civilizados que sus ancestros.
Tiempo después, la palabra godo adquirió otra connotación en el siglo XIX, para referirse a todos aquellos ultraconservadores con los cuales los ultraderechistas de hoy se podrían llevar muy bien e inclusive sentirse como en casa.
Es en base al triste recuerdo que dejaron esos godos del siglo antepasado con lo cual un editorialista basó su siguiente artículo:
El regreso de los godos
Diego Valadés
Revista PROCESO
3 de septiembre del 2009
No debemos tomar a la ligera el regreso de los godos. Era así como se aludía a los ultraconservadores en el siglo XIX, y son ésos los que están de vuelta. Un notable escritor sinaloense nacido en 1792, Pablo de Villavicencio, acuñó una expresión muy descriptiva: “Si vienen los godos nos cuelgan a todos”. Y tenía razón. Están llegando y pretenden pulverizar lo que queda del Estado secular mexicano.
Por lo pronto, 15 estados han reformado sus constituciones para incluir un texto inspirado por la curia mexicana con el propósito de hacer imposible el aborto y la eutanasia en el país. Esa cadena de estados, o esos estados encadenados, están a punto de contar con el decimosexto eslabón: Sinaloa. En este estado la totalidad de los diputados del Partido Acción Nacional y la totalidad de los diputados del Partido Revolucionario Institucional se adhirieron a una especie de “Santa Alianza Antiabortista”, análoga a la de otras entidades. A la luz de lo que sucede, un ciudadano independiente tiene derecho a preguntarse: “si así están los revolucionarios, ¿cómo estarán los reaccionarios?”.
El modelo jalisciense, reiterado con más o menos palabras en los restantes casos, reza así: “Artículo 4º: […] el Estado de Jalisco reconoce, protege y garantiza el derecho a la vida de todo ser humano, al sustentar expresamente que desde el momento de la fecundación entra bajo la protección y se le reputa como nacido para todos los efectos legales, hasta su muerte natural”.
Como principio religioso sujeto a la decisión libre de cada persona, ese enunciado es respetable; pero como comando coercitivo de aplicación general es una expresión facciosa. Por eso entre un Estado confesional y un Estado totalitario la diferencia es semántica. El criterio adoptado por los congresos estatales es opuesto al que hasta ahora sostiene la mayoría de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por lo que el mensaje es amenazador: el Senado, como cámara representativa de las entidades federativas, bien podría designar en noviembre a dos ministros que redujeran la actual mayoría en la Corte. De esta forma se procuraría evitar que la Corte declare la manifiesta inconstitucionalidad de las reformas adoptadas por un número creciente de estados. El plan consiste en imponer una contrarreforma constitucional desde los estados; es una ingeniosa acción de presión política nunca antes empleada. Si triunfa, la nación queda sobre un yunque. ¿Estarán conscientes todos los actores que se han prestado al juego?
El fenómeno confesional en el país es muy desconcertante. La primera impresión indicaría que ningún partido tiene la fuerza requerida para enfrentarse al clero; esto sería grave porque denotaría una extrema endeblez de las instituciones políticas. Pero temo que el problema sea todavía peor: no es la debilidad sino la connivencia lo que les lleva a actuar en esos términos. Aunque resulte una paradoja, parece haber un pacto fáustico con el clero, inspirado por el pragmatismo y con la mirada puesta en 2012. ¿Será que los dirigentes políticos del país han comenzado un trueque de compromisos en el que los principios, las convicciones y las ideologías no tienen cabida?
Es posible que estemos viviendo una de las mayores contradicciones de nuestra historia, porque vamos a celebrar dos epopeyas con una claudicación: la del Estado secular. Más de la mitad del territorio y más de la mitad de la población están ya en esa etapa. Como sinaloense, deploro que mi estado, otrora liberal, se incorpore a la lista donde ya aparecen Baja California, Campeche, Chihuahua, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Nayarit, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Sonora y Yucatán.
Mi querido amigo Jaime Labastida me recordó hace tiempo un poema de Blas de Otero: “Vendrán por ti, vendrán por mí, vendrán por todos”. Sí, vendrán los godos.
Bueno, de hecho los godos ya están aquí. Uno de ellos es el Yunquista juramentado César Nava, ni más ni menos que el presidente nacional del partido oficial de la derecha y de la ultraderecha de México, partido que se resiste a dejar el poder dentro de tres años y que ya está preparando para gobernar a México otros sexenio y otro más y así per sécula seculorum bajo una democracia simulada y controlada con la ayuda del duopolio televisivo. Los otros ya los conocemos, salen diariamente en la televisión.
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